miércoles, 4 de julio de 2012

Cuentos populares (II): Asfixiada, dolorida, envenenada

Recordó que en realidad ni siquiera había sido ella quien había decidido independizarse. Fueron las circunstancias las que la obligaron a huir, y casi sin darse cuenta se vio radicalmente arrancada del nido originario e inequívocamente reubicada en un nuevo hogar.

Le tenía pavor al bosque. Por eso nunca se planteó marcharse de casa. Tenía muchísimo miedo, y aunque percibía que los conjuros de la hechicera le eran cada vez más hostiles, eligió hacerse ciega a ellos para no tener que adentrarse en la espesura. Pero, al final, no pudo evitar que todo desembocara precisamente allí.

Un día el delirio de la bruja fue tal que la niña se vio conducida hasta el bosque para ser anulada definitivamente. La muerte presionó su pecho, apuntando al corazón. “Tu palpitante y rojo fruto la alimentará”, dijo el verdugo. Había esperado demasiado tiempo para escapar, y casi fue irremediable. 

Pero, de alguna manera, su verdugo se compadeció de ella, y otra criatura inocente sirvió de sustituta a su blanca carne. La jugosa presa fue triturada en la boca de la madre, y perlas de sangre resbalaron por su finísima barbilla, mientras la hija huía a través del bosque de sus pesadillas.
 


Al final encontró un nuevo hogar. Cierto, sus costumbres tuvieron que cambiar a la fuerza; y cierto, sus nuevos compañeros de vida eran seres improbables y frecuentemente malhumorados. Pero era su hogar, y era su vida, y era ella construyéndose a golpes de esfuerzo y voluntad. Se descubrió los ojos, los labios, las manos… como nunca antes los había sentido: propios. Y se descubrió también asombrosos poderes para jugar con la realidad y pintar como quisiera el lienzo blanco de posibilidades que se extendía hacia el horizonte.

De todas formas, todavía estaba muy verde. Apenas liberada, sólo recientemente consciente de sí misma como ser autónomo. Una experiencia insuficiente para deshacer la madeja de ignorancia, ingenuidad e inseguridad de su infancia. Así que a la bruja le fue tan fácil llegar de nuevo hacia ella…

 

Todo esto pensó Blancanieves cuando el único mordisco de esa apetecible manzana se le atascó en la garganta, y sus labios, rojos como la sangre, su pelo, negro como el ébano, y su piel, blanca como la nieve, se fueron apagando.

Asfixiada, dolorida y envenenada.