miércoles, 21 de febrero de 2018

Reverís (II)

Una noche, corría un tiempo sucio a través de la playa. Muchas piedras lisas, de bordes suaves, retrocediendo al paso de la lengua espumosa del mar, que baila y ondea y se retira y regresa. Y devuelve al cielo el brillo metálico de esta oscuridad tan limpia. Tan esponjosa. Algo se mueve por dentro y desata los nudos que lo retienen. Algo saldrá. Siempre se escapa y saberlo no me impide pasear las palmas descalzas por los bultos lisos que lamen las olas, como si anduviera despreocupada, como si me creyera ligera y suave, yo también, a la luz negra y plateada que perfila la orilla. Pero ando. Y me pregunto cuándo se abrirán los filos en la arena, las piedras ya no redondas, ya no bultos sino espadas, pequeñas también, lisas también, brillantes también, pero afiladas mordiendo mi carne. Pero ando. Me creo un conjuro. El olor a sal, el brillo de plata, la suave oscuridad, el redondo pisar. Me creo el conjuro. Como si fuera preciso y orgánico y una consecuencia perfecta del camino. Como si hubiera andado el camino por la orilla en pasos que respondieran a una armonía secreta pero cierta. Lo aberrante deshaciéndose ante el patrón incontestable de lo VERDADERO, lo ESENCIAL. El secreto tapiz de haces entrelazado que vislumbro apenas, pero que da SENTIDO, que regenera y que sana y que da vida y SENTIDO. Como si me creyera el conjuro que desgarra, a veces, la sucia pátina aberrante. Y vale que igual se me abren las carnes en el próximo paso. Vale que igual se posa la pútrida gasa sobre mis córneas cuando mire hacia la lengua fresca que baila. Vale que igual el conjuro, esta vez, no logre despegarla y camine, o caiga, ciega, sobre un abrazo de hojas voraces. Vale que igual el patrón no sea armónico, ni verdadero, ni patrón. Que el sentido me eluda. Lo eluda todo. O no sea. Pero el conjuro que creo... el conjuro en el que creo... es depositario de una verdad más esencial por el mismo arte de crearlo y de creerlo. Así que camino como si me creara en cada paso y me creyera creadora de una certeza íntima, poderosa, rotunda.

imagen de selmapasalic

miércoles, 18 de marzo de 2015

Um... siento que me quieres decir algo...



Después del sueño que he tenido esta noche, he llegado a la conclusión de que mi inconsciente ha querido advertirme de que veo mucha, muchísima, quizás demasiada, televisión.

Juro que esto es cien por cien verídico.

Veamos.

Lo primero que recuerdo es un plano general de una cárcel y sus alrededores. Una cárcel de mujeres. En los primeros años de la dictadura. Los oficiales franquistas, las monjas y las carceleras se aproximan desde el exterior hasta las verjas de la cárcel, tras las que se apelotonan las prisioneras (efectivamente, el visionado de ayer de La Voz Dormida iba a tener consecuencias). Aquí los oficiales vienen a buscar a la chica rubia, la más joven, para darle el paseo. Las compañeras gritan e intentan amagos de amotinarse para que no se la lleven, pero la chica grita: “¡Dejadlos! ¡No tengo miedo!” La verdad es que está llorando. Pero, coño, supongo que a nadie la agrada la perspectiva de ser fusilada. Yo pienso que es muy valiente y que mantiene una actitud muy digna, a pesar de las lágrimas.

En esto que la moza empieza a percibir cierta agitación al otro lado de las verjas. De repente… CHAN-CHAAAAN… plano de Michonne de The Walking Dead, haciendo un gesto de silencio con una mano y con la otra en dirección a la katana. WTF??!!!

Michonne entra en escena

De pronto, mi yo soñante parece recordar que los franquistas ya usaban armas de fuego. Michonne y su katana desparecen buscando refugio en el bosque próximo; pero, que no cunda el pánico, deja el trabajo de rescate a buen recaudo: ATAQUE ZOMBIE. ¡Ya vienen!

Recordemos: franquistas y carceleras fuera de las verjas; prisioneras dentro. Mi yo soñante haciendo justicia poética.

Mi concepto inconsciente de justicia poética es... efectivo.

Hijoputa
El sueño pasa ahora a una versión menos dramática de la vida en la cárcel, más a lo Orange is the New Black. En un momento, llega un nuevo oficial para sustituir en el cargo al “dictador de sentencias de este particular sistema penitenciario”. NO JODAS: es el grandísimo hijo de puta que amenaza a María León en La Voz Dormida, aplastando toda esperanza de ayuda o compasión por parte de él, cuando va a recogerla de la comisaría en la que la habían torturado. Qué personaje sin alma más aborrecible y abyecto.

Total, que el pedazo cacho de cabrón hipócrita llega a la cárcel cuando habían pasado ya los peores años de la represión, y se pasa la vida dictando indultos. Pero la María León de mi sueño es una prisionera que se parece a la Alison Blechdel veinteañera de Fun Home (sí, qué pasa, también leo), que lo mira desafiante, odiándolo, y asumiendo que mientras sus compañeras irán saliendo poco a poco, ella se va a quedar ahí, si es que no le cascan la pena de muerte directamente. Y a la pobre nadie le comprende. No entienden a qué ese bajón que le ha dado

Un funcionario de prisiones amiguete de ella intenta animarla. En ese momento, ella luce un look muy años 30. Van juntos a las puertas de la cárcel y él está dispuesto a saltarse las normas para que ella pueda dar un paseo por fuera. Él la espera al otro lado de las puertas. Pero ella no puede salir (normal, me imagino que su cerebro habrá disparado la alarma… DANG DANG DANG! APOCALIPSIS ZOMBIE!!!), y se queda agachada en el suelo, llorando. Esta parte ha sido muy triste.

Cambio drástico de ambientación (no hay manera de recordar cómo llegábamos a este punto, pero juraría que había una secuencia lógica –en sentido onírico, claro está– de acontecimientos). Jennifer Morrison está ensayando. Y, de repente, está organizando un juego. Me dice (sí, ¡ahí estoy!; ¡meta cameo!) que tenemos que elegir una pareja de TV. Echo un vistazo al resto de los jugadores sentados a la mesa y veo que son la plantilla completa de guionistas y actores de Once Upon a Time. Pienso: “joder, pues está claro, ¿no?”. Me inclino sobre la silla de JMo y le digo al oído: “Emma y Regina”. Tengo que decir que no parece muy convencida al principio, pero al final acepta.

No tengo ni idea de en qué consistía el juego, pero el caso es que me encuentro viendo en unas pantallas una escena doméstica de la vida de Emma, Regina y su hija prepúber. No sé qué hija. Una nueva, supongo. Están en un salón. Emma y la cría están en primer plano, mirando a cámara, como si fuera la TV, mientras Regina está sentada en el sofá. Las tres están jugando a algo que implica hacer gestos y cantar (y con esto, supongo que mi inconsciente me advierte de que, además de ver mucha tele, también leo demasiado fanfiction). Emma y la niña, de pronto con el aspecto de Lorelei y una jovencísima Rory Gilmore, hablan de lo mucho que se parecen a pesar de que no hay lazos sanguíneos entre ellas, pues esta vez la madre biológica ha sido Regina. Ésta, con la cara de Catherine de CSI, comenta: “Well, I did my best”. Y sonríe.

More tea, de dear chemistry

En cierto momento, Rupert Grint aparece con su madre en un programa de entrevistas. Que es también un concurso, aparentemente, porque ganan un coche y montan en él, junto con Dan Radcliffe. Y conmigo, que estoy muerta de curiosidad porque Rupert habla un correctísimo castellano.

Me he pasado el día intentando recuperarme de tanto ajetreo…

jueves, 30 de octubre de 2014

La vía difícil y amarse profundamente



Tengo problemas de ansiedad. Desde hace bastante tiempo.

La primera vez que fui a terapia, me dijeron que las piezas de mi puzle se habían movido y que tendríamos que trabajar en recolocarlas. Yo no entendía nada. Mi vida estaba bien, todo estaba bien. Yo estaba bien. Sólo era esa horrible asfixia negra que me engullía, inexplicable, venida de ninguna parte y que no tenía nada que ver conmigo. Se lo expliqué a la psicóloga. Ella me dijo que mi ansiedad era un síntoma y que el trabajo con ella no consistía en hacer desaparecer ese síntoma, sino en mirar hacia atrás, más allá. Me resistí durante un tiempo a aceptar esa perspectiva. Lo que yo necesitaba, me decía, era entender cómo apagar el interruptor de esa parte de mi cerebro que activaba los horrores. Porque por lo demás, claramente, todo estaba bien.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y mis interpretaciones sobre mi ansiedad han sido muchas, variadas y elaboradas. A grandes rasgos, he pasado de verla como un incordio inconexo con mi vida, como una especie de epilepsia, a considerarla algo así como una señal de alerta. Como un (despiadado) toque de atención. Probablemente, si no fuera tan desagradable, ni siquiera haría caso. Todavía la aborrezco, la temo, y mi primer instinto suele ser rehuirla cada vez que hace amago de presentarse. Pero, a veces, en retrospectiva, casi llego a sentir... gratitud. Porque sus dedos crueles me han arrancado unas cuantas veces del inmovilismo emocional, y me han obligado a mirar las piezas del puzle. A mirarme. Y  a darme cuenta de que, efectivamente, no todo estaba tan bien como pensaba.

Tengo una naturaleza profundamente hedonista, y la tentación de mirar para otro lado, de odiar mi síntoma y desear ahogarlo persiste. Sin embargo, he comprobado cómo esa actitud, la mayoría de las veces, no hace más que reforzar su poder terrible. El deseo de escapar de la ansiedad me propulsa hacia una carrera frenética que alimenta el ciclo del miedo y me deja exhausta y vencida y aterrorizada. El camino duro ha demostrado ser mucho más beneficioso. Y, curiosamente, después de haber optado por la vía difícil una vez, y otra vez, y otra, el camino se hace más amable, más gratificante, más apetecible. Y el trabajo de tomar, palpar, recolocar y volver a coger y volver a recolocar las piezas del puzle se hace llevadero. Y bastante revelador.


Hace dos años y medio, tras una nueva crisis particularmente desagradable, decidí intentarlo otra vez con la terapia. Era la tercera vez. Quizás fue porque existía un trabajo previo por mi parte y una predisposición honesta a entender lo que me pasaba. Quizás fue porque Ana supo medirme y aproximarse con una comprensión genuina. Seguramente fue por una mezcla de todo ello, pero el caso es que esa vez sentí una conexión con la terapia que no había sentido antes. Y eso favoreció un compromiso por mi parte. El compromiso de aceptar jugar con las piezas del puzle.

Durante dos años estuvimos montando y desmontando ese puzle. No está acabado, por supuesto. No creo que nunca lo esté. Pero no importa. Porque en ese tiempo he aprendido a sentirme cómoda con el tacto de las piezas, me he familiarizado con sus aristas y con el sonido que hacen al encajar o al soltarse. He visto cómo el aspecto de una pieza se altera al cambiar de sitio. Cómo el cuadro no dice lo mismo desde diferentes perspectivas. Cómo los huecos también cuentan su historia.


Al principio de la terapia, pasamos muchas sesiones (Ana dice que no fueron tantas, pero mí se me hizo un periodo asombrosamente largo) trabajando con cierta parte del puzle a la que nunca había prestado demasiada atención. Me sorprendió lo que vi. Esas piezas encajaban en superficie llamativamente amplia. ¡Estaban por todas partes! Eran muy importantes. Y yo sin hacerles caso. O eso creía. Porque después me di cuenta de que, de alguna manera, con mayor o menor intención, siempre había estado jugando con ellas. Pero en ese momento, además, entendí la relevancia de hacerlo de forma consciente.

Ésa es, en definitiva, una de las grandes conclusiones que puedo sacar de mi trabajo en la terapia: la importancia de la intención, del ser consciente. Se trata básicamente de una cuestión de actitud, de un estado de atención que permeabilice la percepción. De ser receptiva a lo que mis acciones, mis pensamientos, mis reacciones... me estén diciendo de mí misma y de mi relación con el mundo. De estar dispuesta a entenderme en mi complejidad y de tener una infinita paciencia y amor hacia mí misma. Y, sí, también hacia los demás. Pero sobre todo, hacia mí misma.

No es algo que se escuche demasiado, ¿verdad? Eso de, ante todo, ten amor y paciencia hacia ti misma. Deberíamos sentirnos cómodos con esa idea, creo.

Lo que he aprendido, lo que he vivido gracias a estas experiencias me ha hecho bien. Me ha hecho daño también, sí, pero me ha hecho bien. Porque me ha reconciliado con aspectos de mí que son esenciales. No ha acabado, por supuesto. No creo que la ansiedad, esa alarma brutal y muchas veces aparentemente vacía de sentido, deje de hacerme visitas ocasionales. Y no creo que pueda resistirme siempre al deseo de huir, de cerrarle la puerta. Seguramente, me perseguirá y me golpeará y me hará daño. Y se me olvidará, a veces, cómo se hacía para jugar con el puzle.

Por ahora, no me preocupo por esas eventualidades. Es sólo el proceso de vivir, de crecer, de aprender a sentirme como la persona que soy. De entender que la vida es precisamente eso, vivir, y que el dolor puede parecer un enemigo cruel e insuperable, pero que no lo es.


Y, bueno, si llega (cuando llegue), y si lo he olvidado... simplemente aprenderé de nuevo.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Some thoughts on SwanQueen phenomena



* Note: English is not my first language. Sorry for any mistakes, which will undoubtedly pop up like funny-shaped mushrooms.


I've been thinking about my SwanQuen-ness for quite a while now, and I've come up with the idea that I could differentiate two main aspects that define my devotion for the fandom: the artistic and the sociopolitical aspect.

The reason why I ship SwanQueen is purely emotional. I'm in love with the narrative that it proposes. Thus, this falls completely in the artistic aspect sphere. As so, I am not really bothered by the fact that SwanQueen is not (and, as it has been recently pointed out, will most likely never be) canon. Of course, it saddens me that the potential that I see in this story is overlooked in favor of other (in my opinion much less valid) developments. But as all art is a matter of tastes (and emotions), there's hardly anything I could complain about in this regard. Besides, I firmly believe in the benefits of the democratization and the appropriation of art, and, as it comes, this fandom has made a truly impressive demonstration of this trend.

However, while understanding and accepting the obvious fact that not everyone is inclined to feel as I do (and that anyone is therefore entitled to like what they like), I cannot approve of certain attitudes that are very representative of how the sociopolitical aspect of this phenomena is being ignored. 

As a way to try to explain this idea, I will share some insight on my initial reaction to this fandom. When I first started watching Once Upon a Time, it was because I am very interested in anything that has to do with tales. I fell for it thanks to a slightly embarrassing crush on Mr. Gold, which led me to fall for Rumbelle fandom. Some time before season 3 was aired, I came up with a fan made video about SwanQueen. I remember my utter shock at it. I couldn't but think: "Wait a moment, this two characters hate each other. How could anyone come up with such an idea? There is nothing that can be romanticized about this in a sensible way. This is just done for the sake of shipping a lesbian pair." And I forgot about it. I wasn't until the end of season 3 when I started wondering about it again, realizing that the Emma-Regina dynamic was one of the aspects that most appealed me. One day, I just run into my first SwanQueen fanfiction (I think it was one written by TnDani). It was all it took. I was heart and mind-blown by the possibilities of the story. To the day, I still am. SwanQueen is deeply interesting, twisted, compelling, challenging, emotional, thrilling… And it is coherent. As I got invested in the fandom, I started laughing at the radical change I had experienced regarding my opinion on the matter, at that first reaction and my inability to see the power of a story that later got such a grip on me. And then I stopped laughing. Because I realized why I had that first reaction.

The sad, sad true is that I wouldn't have reacted the same way had one of the characters of the ship been male. The thing is, I wasn't purposefully condemning lesbianism, but I cannot deny that I was obviously taken aback by the possibility of its existence in that particular situation. I wasn't seeing it as "natural" as I would have seen a heterosexual ship of similar characteristics. There is a word to name that kind of attitudes. And I should not hesitate to use it. That, as much as it hurts me, was me being homophobic.

There is an obvious reason why that could happen to anyone (and why it will be likely still happen): the lack of representation of diversity in mainstream entertainment is notorious and it contributes to build metal schemes that favor homogeneity in mental processes and that promote certain trends, such as heteronormativity.

Once that I've been able to understand how invisibility affects me, supposedly an open-minded, modern woman (who likes to challenge the system and was already invested in the problematic of how art represents homosexuality), I am more convinced than ever that the fight to promote representation of diversity in mass-media products is a very important one. And that is why I think that the SwanQueen phenomena has a sociopolitical aspect that is very meaningful and that should not be overlooked.

All along this fascinating journey through the SwanQueen experience, I have sensed attitudes of awkwardness and discomfort that disturbed me, both from the fandom and from the cast and crew of the show. I am more concerned with the latter. I think it is safe to state that Once Upon a Time is not an inclusive narrative, and that the show and its representatives have repeatedly refused to address the issue of LGTB representation, which is specially sad given that they have had a golden chance to do it.  My guess is that these attitudes occur not because of a lack of knowledge or conviction regarding the importance of representativeness, but because of a very specific policy to which creators must obey in order to carry on with the show

I cannot help but hope that voices arising awareness would break through that barrier and that Once Upon a Time would take the opportunity to open new fields of visibility. The inclusion of the SwanQueen narrative would be epic, both artistic and sociopolitical wise. It would be a milestone.

It's not that I need validation in order to enjoy shipping SwanQueen. SwanQueen is lovely as it is and the potential that it holds can be wonderfully developed without it becoming canon. But I worry. I worry that the insistence in refusing to consider its relevance is a sign an unhealthy entertainment system, still so very rooted in homophobia.

It doesn't seem that Once Upon a Time is going to make the difference, though. But it's ok. If  this show doesn't make it, the next one will. What matters is that voices keep raising. That we keep fighting. Because this is important, and SlashShipReallyReallyMatters.

 
Lovely fanart by erandil