Llego tarde y, probablemente, mal.
Gracias al fandom sé que esto que he escrito se llama fanfic, que es un post-ep, categoría MSR, que debería hacer un disclaimer (cosa que implícitamente hago, por apropiarme de personajes y situaciones creadas por otros, aunque no se mencionen explícitamente), y que está reproducido infinidad de veces y en multitud de variantes de mano de otras tantas personas, la mayoría mucho más brillantemente.
Pero ésta es la mía.
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Dejó su frase y su abrumadora sensación de esfuerzo en el aire al darse cuenta de que ella se había quedado dormida. La momentánea contrariedad ante su audiencia narcotizada dio paso a cierto alivio, por la liberación de un hilo de reflexión demasiado cansino para ese preciso momento, y a una explosión de ternura extendiéndose como un bálsamo desde el mismo centro de su pecho, ante la plácida fragilidad del rostro que reposaba a su lado.
Se inclinó suavemente sobre ella, como para asegurarse de dejarla a salvo en su sueño, y con toda la delicadeza que podían contener sus manos le retiró el mechón de pelo que le cruzaba la cara. Luego, sin dejar de mirarla, acercó la manta y la arropó con ella.
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Se despertó sobresaltada al sentir que su cuerpo se deslizaba por el sofá hacia el lado donde él había estado sentado. Se encontró cuidadosamente tapada, y se dio cuenta de que se había quedado dormida de puro agotamiento mientras hablaban.
Sentía la espesa y tranquila pesadez propia de haberse puesto en marcha la maquinaria del descanso profundo sin haber terminado el ciclo adecuadamente. La envolvía una nube entre apacible y entorpecedora, y fue hacia el baño para quitársela de encima.
Al de un rato, recuperó cierta claridad de percepción. Sintió que debería querer irse a casa y, al mismo tiempo, mientras recogía sus cosas y se acercaba a la puerta, una intensa sensación de decepción, de estar alejándose del punto de no retorno al que tan claramente había creído llegar unos minutos antes.
El corazón le golpeó con fuerza al oírlo salir de la habitación y caminar hacia ella.
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- ¿Te marchas?
Era una pregunta absurda, y muy desviada de todo lo que en realidad quería decir. Pero, claro, tampoco sabía con certeza qué quería decir. Sólo tenía la seguridad de sentirse sorprendido de que ella no siguiera respirando con placidez allí, en su sofá, y se estuviera dirigiendo, en cambio, armada de su chaqueta y sus llaves, hacia la puerta, hacia fuera, hacia otro lugar que no fuera ése.
Ella se dio la vuelta. Sus ojos abiertos, claros. Supo algo más.
- No te vayas.
No se oyó a sí mismo decirlo porque ella estaba hablando a la vez:
- Perdona, no quería despertarte.
Estaba quieta y muy seria, como si se sintiera culpable, o incómoda. Él se acercó unos pasos, y le sonrió para decirle que todo estaba bien, mientras pronunciaba otras palabras:
- No me has despertado. Acabas de quedarte tú dormida.
Con su leguaje literal y corporal, pretendía crear una zona de seguridad, recuperar el círculo de inocente comodidad en el que habían estado bailando, antes del sueño, antes de que ella volviera de él con un lastre de tensión palpitante extendiéndose a su alrededor.
Ella desvió la mirada. Todavía inquietud, malestar, otra cosa… ¿decepción? Cuando volvió a mirarlo también sonreía.
- Estoy tan cansada. - Le puso una mano blanca en la mejilla. – Me voy a casa.
Él le agarró la mano:
- Es muy tarde.
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Sí que era tarde. Pero, ¿qué podía hacer? No podía quedarse. No así, con la ligereza de la sonrisa benévola y tranquilizadora que él le estaba ofreciendo. Había llegado al final de un camino.
Su sensación de trascendencia era inequívoca, rabiosa, voraz; no podía ser aplacada con el sosiego protector y atento de quien ofrece cuidados. No debía ser aplacada. Debía ser compartida y consumida.
- Ya lo sé.
Intentó ignorar el nudo de su garganta mientras retiraba la mano y se volvía. Intentó no desear la reacción que deseaba mientras abría la puerta y le dirigía la mirada de despedida. Intentó no hundirse en su tristeza mientras avanzaba por el pasillo y sentía, cada vez más fuerte, que estaba abandonando el destino.
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Verla alejarse por el pasillo le hizo comprender el resto. El pensamiento que había dejado en suspenso al verla dormida regresó nítido, y se fusionó con todo lo demás.
Todo los había llevado allí. A ese momento. A ese lugar.
Incluso habían tenido ocasión de ensayar la escena que estaba a punto de desarrollarse, en ese mismo escenario, casi dos años atrás.
- No te vayas.
Ahora sí. Lo oyeron los dos.
- No te vayas.
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Ahí estaba. La gravedad, la contundencia que esperaba. La que la había cogido completamente desprevenida la última vez, dejándola sin aliento. La que necesitaba ahora desesperadamente.
No sabía qué hacer con las cosas que llevaba en las manos, así que las dejó caer al suelo, a tiempo de atrapar el abrazo febril que volaba hacia ella.
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Un sello. De piel, aliento y saliva. Las luces del pasillo parpadearon ante el beso hambriento que cerró el camino. Que abrió otro nuevo.