Y éste lleva unos cuantos decalustros más de
putrefacción que el anterior.
La cuestión es que es el sábado, de camino a
casa, nos topamos con una (¿improvisada?) rueda de baile la mar de entusiasta
meneándose en la calle al ritmo de un acordeón encaramado en una tarima (con su
acordeonista, claro). Lo mejor de todo fue que los dantzaris eran claramente
vecinos y paseantes que estaban por ahí y se animaron al jolgorio. Mi
lamentable coordinación óculo-manual y mi nulo entrenamiento en euskal-dantzak
me impidieron sumarme al círculo, pero desde mi discreta posición me contoneé
igualmente (la música folk tiene un efecto poderoso sobre mí, se me mete por
dentro y me mueve los pies, como por ensalmo).
Era un espectáculo precioso ver a la gente
sumarse al baile y enredarse entre todos, los niños, los viejos, los chavales…
y construir una repentina unión a base de ejecutar simultáneamente los mismos
movimientos. [Nota mental: para el año que viene, ya sé a qué otra cosa quiero
apuntarme. ¡Esto a mí no me vuelve a pillar desentrenada!]
Una buena mujer que pasaba por ahí preguntó algo
a uno de los espontáneos dantzaris. “¿Esto?”, contestó él. “Esto es por la
calle.” Ante la mirada inquisitiva de la mujer, extendió su explicación: “Para
reivindicar la calle. Para que la gente esté en la calle.”
Por algún motivo, me entraron ganas de llorar. De
pena. De alegría. Sobre todo de emoción. Al fin y al cabo, a esa misma hora
había decenas de miles de personas en otras plazas haciendo exactamente eso:
estar en la calle.
Resulta que al día siguiente, tratando de abrirme
paso a través de apuntes sobre el Neoclasicismo (el movimiento literario que
más ha sufrido mi desdén a lo largo de mis sucesivas incursiones en estudios de
literatura), se me presentó el señor G.M. de Jovellanos dispuesto a
reconciliarme con el siglo XVIII y sus huestes de ilustrados.
Lo hizo con este extracto de su Memoria sobre los espectáculos y diversiones
públicas:
Muy hábil, Gaspar Melchor (qué cachondos tus padres, por cierto; pero ya que estaban, ¿por qué se olvidaron del negro?), muy hábil… Un par más de sorpresas como ésta y puede que os dé una oportunidad a ti a tus amigos, por mucho tedio que me cause tamaña obsesión por el didactismo y la utilidad del arte…“Este pueblo […] no ha menester que el gobierno le divierta, pero sí que le deje divertirse. En los pocos días, en las breves horas que puede destinar a su solaz y recreo, él buscará, él inventará sus entretenimientos; basta que se le dé libertad y protección para disfrutarlos. Un día de fiesta claro y sereno en que pueda libremente pasear, correr, tirar a la barra, jugar a la pelota, al tejuelo, a los bolos, merendar, beber, bailar y triscar por el campo, llenará todos sus deseos y le ofrecerá la diversión y el placer más cumplidos. ¡A tan poca costa se puede divertir a un pueblo, por grande y numeroso que sea!Sin embargo, ¿cómo es posible que la mayor parte de los pueblos de España no se diviertan en manera alguna? Cualquiera que haya corrido nuestras provincias habrá hecho muchas veces esta dolorosa observación. En los días más solemnes, en vez de la alegría y bullicio que debieran anunciar el contento de sus moradores, reina en las calles y plazas una perezosa inacción, un triste silencio, que no se pueden advertir sin admiración ni lástima. Y si a eso se añade […] el aire triste y silencioso, la pereza y falta de unión y movimiento que se notan en todas partes, ¿quién será el que no se sorprenda y entristezca a vista de tan raro fenómeno?No es de este lugar descubrir todas las causas que concurren a producirle […]. Pero […] no podemos callar que una de las más ordinarias y conocidas está en la mala policía de muchos pueblos. El celo indiscreto de no pocos jueces se persuade a que la mayor perfección del gobierno municipal se cifra en la sujeción del pueblo y a que la suma del buen orden consiste en que sus moradores se estremezcan a la voz de la justicia y en que nadie se atreva a moverse ni cespitar al oír su nombre. En consecuencia, cualquiera bulla, cualquiera gresca o algazara recibe el nombre de asonada y alboroto; cualquiera disensión, cualquiera pendencia es objeto de un procedimiento criminal, y trae en pos de sí pesquisas y procesos y prisiones y multas, y todo el séquito de molestias y vejaciones forenses. Bajo tan dura policía el pueblo se acobarda y entristece, y sacrificando su gusto a su seguridad renuncia la diversión pública e inocente, pero sin embargo peligrosa, y prefiere la soledad y la inacción, tristes a la verdad y dolorosas, pero al mismo tiempo seguras.”