miércoles, 13 de junio de 2012

El cazador, Rodin y Madonna (o cómo conservar el alma intacta a través de las sucesivas copias)


El otro día fui a ver Blancanieves y la leyenda del cazador. Lo mejor: el detalle de las uñas y el pelo guarro de la protagonista. Lo peor: que es una historia emocionalmente hueca (reformulando en modo asertivo, debería decir que me dejó fría, pero eso podría interpretarse como una incapacidad propia para el sentimiento, rollo psicopatológica, así que prefiero la alternativa políticamente incorrecta).


 Sigamos. Para empezar, lo que hay que entender de esta peli es que, por mucho que nos suene el título, NO es una reinterpretación del cuento de Blancanieves. Ni de coña. A lo sumo, se aprecian ciertos guiños a circunstancias, personajes y localizaciones del relato popular, pero se quedan en un mero anecdotario, y tampoco aportan el golpe de efecto que otros han conseguido con mucho más acierto (me vienen a la cabeza, evidentemente, las fantásticas parodias de Shrek). Esa circunstancia no impide per se que con esos palos se monte una historia potente, evocadora y con fuerza simbólica. Pero en este caso no encontré ni el sabor añejo del cuento de hadas, ni la frescura de una historia original. En conjunto, la peli me pareció una amalgama de elementos que se apelotonan e impiden detenerse y disfrutar en ningún detalle. En definitiva, lo que decía: cero emotividad, cero simbolismo y ni rastro del mito (lo que me ha hecho recordarlo con fuerza, para compensar, de lo cual saldrá la próxima entrada).

Pero vamos, que no hay ningún problema. Es una opción válida, y yo pasé un rato agradable, que era de lo que se trataba. Por lo menos, ése fue el pacto que hice con la peli; lo que ya no veo tan claro es que ésta de verdad esté libre de toda pretensión modernizadora y moralizadora, al estilo del lema "muerte a la princesa pasiva del cuento popular" que tanto me repugna por miope y por tedioso. Reencauzo, que me desvío fácil con estas cosas. Decía que me lo pasé bien. Disfruté del espectáculo visual, sobre todo, y de la buena dosis de entretenimiento inocuo. Y apenas sentí vergüenza ajena en un par de pasajes. El más punzante fue ese momento de arenga gratuita por parte de la heroína recién resucitada. Mil veces vista, y por tanto increíblemente previsible, y muy torpe.

Y con esto llego por fin al meollo. Mi reacción ante esa escena me hizo luego reflexionar sobre por qué me molestan estas cosas, cuando soy la reina del revisionado y la relectura.  No puede ser el hecho de la REPETICIÓN lo que me irrite. A mí, que adoro volver una y otra vez sobre las mismas pelis, los mismos capis, los mismos libros hasta memorizar cada detalle, buscando experimentar las sensaciones ya vividas, pero en tantas ocasiones sorprendiéndome encontrando nuevas cosas, y emocionándome cada vez. Y dado que ha salido de nuevo, empiezo a sospechar que quizás esté ahí el quid. En la emoción, quiero decir, o en la ausencia de la misma.

No sé cuál sería la primera arenga en la historia del cine (supongo que ya habrá ejemplos en la era muda; en la sonora ya hemos detectado una temprana, un tanto peculiar, eso sí). Pero sí recuerdo cuál fue la primera de la que fui consciente, que encabezó una categoría mental nueva en mi clasificación de escenas recurrentes en las historias de ficción: fue el arrebatado speech de William Wallace ante su amago de ejército antes de lanzarse a la masacre (con aquello de "podrán quitarnos la vida, pero nunca nos quitarán... ¡¡¡LA LIBERTAAAAAD!!!", etc., etc.). Oye, pues con todo su histrionismo y completa violación de la regla clásica de la verosimilitud, me caló hasta los huesos, me hizo reverberar. Y la cuestión es que todavía lo hace. Después de éste, los “momentos Wallace” me han ido chirriando cada vez un poquito más, hasta convertirse en un recurso que se me hace particularmente patético. Pero también ha habido algunas (pocas) excepciones que me han llegado al corazoncito.


Todo este tema de la repetición de elementos y del conflicto que puede suponer la imitación con la creatividad me recuerda a una cosa que aprendí en el museo de Rodin de París. Resulta que el hombre era un firme defensor de creación a base de la repetición. Una simple mirada por la exposición escultórica del jardín de museo fue suficiente para comprender a qué se refería.

 Aquí Las Puertas del Infierno, su obra inacabada y monumental que “recicla” varios elementos icónicos del artista (o quizás fuera al revés, y pasaran de las Puertas a esculturas autónomas, no lo tengo claro). Allá en el centro del panel superior, encabeza la obra un reflexivo Dante, que no es otro que el famoso Pensador. En el marco derecho, abajo, los condenados Francesco y Paola sufren su tormento; pero revestidos de mármol, a mayor escala y con una posición ligeramente distinta representan El beso más anhelado y tierno que he visto nunca en una piedra. Y lo mejor, arriba del todo: las figuras sobre el dintel.

 En una triple copia-tirabuzón, esta composición aparece presidiendo Las Puertas, como hemos dicho. Forma también un grupo escultórico autónomo a mayor escala, Tres sombras, como se ve aquí. Pero además resulta que cada una de las figuras es exactamente la misma escultura, que colocadas juntas en determinada posición forman una composición nueva. ¡Y aún hay más! El molde de estos trillizos es también el de otra escultura previa de Rodin, que en solitario representa a Adán expulsado del Paraíso.

Cuanto menos, hay que reconocer que como planteamiento pro-eficiencia no tiene desperdicio.

Curiosamente, las tesis de trabajo de Rodin es perfectamente intercambiable con otra consigna, ésta de un profesor de marketing que tuve, y que venía a decir prácticamente lo mismo: "innovar a través de la imitación". Dogma enfocado esta vez al elemento de consumo, y cuyo mejor exponente según él era la mismísima Madonna. La diva había sido capaz de generar un "producto" (prescindamos por ahora de profundizar en ese afán marketiniano por marketinizarlo todo, muy a lo Risto Mejide) perpetuamente en renovación, pero que ha conservado siempre intacta su esencia primigenia. Eso dijo. Yo no digo nada, que tampoco sé mucho, ni de marketing, ni de Madonna. 

Aunque viendo la última que ha liado la muchacha en Turquía (sorprendiendo, fijo que sí -ergo, innovando-, haciendo un glorioso homenaje a otra popera -ergo, imitando-, y supongo que manteniendo su estilo -o sea, repitiéndose en cierta forma a sí misma y manteniendo, pues, su esencia), diría que el profe y Rodin no iban del todo desencaminados... ¿O qué?