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"À biciclette", pero para mí siempre será "Paulette et sa biciclette".
Paulette es uno de los personajes más entrañables que ha parido la ficción. No puedo hablar de la versión novelada, a la que aún no he acudido; pero en la peli, la vieja Paulette es pura ternura y fragilidad, de ésa que te resquebraja el alma a golpe de compasión, identificación, ilusión, y sobre todo, un preciosismo melancólico hiperbalsámico y expansivo.
La Paulette de Yves Montand es una jovenzuela que trae locos a todos sus amigos de la cuadri del verano; van al río en bicicleta, y se embriagan con la magia del crepúsculo. Pura energía y jovialidad. Y sin embargo, es también el espíritu cristalino de la Paulette anciana de Gavalda, de ese corazón rabioso del que también están enamorados el resto de personajes de la historia, el núcleo en torno al que gravitan y que les mantiene "juntos, nada más".
La bicicleta, como tal, no es un objeto que tenga un papel en la historia. Pero su esencia sí la impregna. La bicicleta es placidez contra las caricias de la brisa, es deslizarse con languidez a través de las horas del día, desgranar sin prisa los momentos más fugaces; es, en definitiva, una fuerza placentera intensa y tranquila a la vez."Quand on partait de bon matin
Quand on partait sur les chemins
A bicyclette
Nous étions quelques bons copains
Y avait Fernand y avait Firmin
Y avait Francis et Sébastien
Et puis Paulette
On était tous amoureux d'elle
On se sentait pousser des ailes
A bicyclette
Sur les petits chemins de terre
On a souvent vécu l'enfer
Pour ne pas mettre pied à terre
Devant Paulette..."
Como el placer de saberse acompañado en nuestro trayecto vital, ese placer simple y redondo del que nos habla Gavalda.
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