viernes, 29 de octubre de 2010

El mito del viajero

"Al que se marcha se le tiene respecto y envidia", dice Aude Picault en un pasaje particularmente intenso para mí de su historia gráfica / libro de viajes / periplo interior / manual de navegación "Travesía", una delicia de cómic que tiene mucho de devastador detrás de la simpática sencillez del trazo y de la historia.

En realidad, se puede concebir perfectamente como un relato de crisis existencial. De una persona que lucha, como puede, como todos, por librarse de la soga de la desidia, la desgana y el abandono que aprieta con más fuerza en ciertas etapas vitales. Sobre todo en esos momentos en que nos movemos en equilibrio muy precario sobre un puente frágil, abriéndose bajo nuestros pies el terrible vacío (de proyectos vitales que nos construyan un apoyadero sólido).

Y es en uno de esos momentos en los que arranca el relato de Aude Picault, que camina por su puente particular intentando decidir adónde dirigirse, inmersa en una desazón sin grandes aspavientos. Y, como asidero vital, nos presenta su pequeño proyecto viajero: una travesía en velero por el Atlántico.

El planteamiento de la historia por sí mismo ya me resulta muy atractivo. Pero es que, además, en el transcurso del viaje lector que propone, vamos desenterrando pequeñas joyas, escenas de un brillantez conmovedora.

Como la escena con la que he abierto esta entrada. Tenemos a una Aude pequeñita y monísima dando brincos entre las rocas, y reflexionando acerca del mito del viajero. Teniendo ella misma a la vista un proyecto de aventura itinerante en miniatura, piensa sobre las personas que rompen el molde en ese aspecto, y en la envidia y el respeto que se les tiene. Y luego, la pregunta: "¿Hacemos las cosas por cómo nos van a ver los demás, o por una auténtica motivación interior?" Como quien se pregunta si va a llover hoy...

El corazón es un bicho muy loco. Se nos hincha de admiración y desesperación a partes iguales ante lo que percibimos de grandeza en lo ajeno. Nos inspiran las gestas de otros. Y nos decimos, a veces: "no lo hago porque tengo miedo". Y creemos haber descubierto la verdad, al fin. Y resulta desgarrador.

Pero, otras veces, con la maleta en la puerta, miramos alrededor y pensamos: "un momento, nunca lo hice porque no quiero hacerlo". Y experimentamos un desagarro aún más violento. Porque, ¿cómo vamos a resistir sobre los frágiles puentes que conforman el mosaico de nuestra vida si ni siquiera somos capaces de identificar los sueños, los nuestros, los verdaderos?

Menos mal que hay momentos en que nada de eso importa. Momentos en que todas las sogas aflojan, se levantan las losas del alma, y sólo es respirar y sentir, con total plenitud, una felicidad simple y sin mácula.

Como me imagino que se sentiría Aude Picault al timón del velero.

"Ya está, ésta soy yo. Estoy viviendo este momento."

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