Esta etapa algo patética de mi periodo de reubicación personal en que me ha dado por sumergirme de lleno en la re-incidencia en todos mis viejos mass-frikismos me está brindando la oportunidad de hacer un análisis algo más contundente de lo habitual en torno a las claves de mi extrema afición a estos fenómenos.
Como ayer con Buffy, Giles y compañía, al visionar una vez más el grandioso capítulo de la segunda temporada "Miénteme".
No es ninguna revelación caer en la cuenta de que todos los fan-productos que me han atrapado aportan un diseño devastador que "metaforea" la existencia, la mía, la de todos. Lo que tienen de poderoso radica en esa capacidad de introducirse en mi alma, con una lubricación muy atractiva de entretenimiento y fascinación, para asestar mazazos contundentes en mi inconsciente. O sea, mis frikismos están hablando, principalmente y por encima de todo, de mí y de mi entorno, y de mí en lo más insondable. Al margen de trucos de magia, viajes a lugares remotos, vuelos a lomos de bestias aladas, extraterrestres, pueblos pintorescos, diálogos trepidantes y humor sin tregua. El escenario es magnético, irresistible. Pero la soga que me ata irremediablemente es la metáfora.
Y el capítulo "Miénteme" de Buffy Cazavampiros es un ejemplo muy evidente de ello.
No fue a la primera que me atrapó este friki-producto en particular. Tuvo que ser la mirada vacía del cadáver de Joyce despatarrado en el sofá de su casa, y el plano secuencia, sin banda sonora, en que Buffy acaba vomitando a los pies de su madre muerta lo que me conectó definitivamente con la serie, y me animó a descubrirla desde el principio. Efectivamente, es una serie de construcción de personajes sobre el dolor casi insoportable de crecer. En "Miénteme" no hay que hacer muchos esfuerzos para darse cuenta de ello.
El poder devastador de la verdad es el tema central del capítulo. Entre piruetas imposibles, colmillos y máscaras amorfas, antros-búnkers y crucifijos, el leit motiv es claro: creemos querer saber la verdad, hasta que nos damos cuenta de que preferimos ignorarla. Porque el dolor que el conocimiento trae de la mano es un precio demasiado alto, muchas veces. Y crecer implica retirar velos y encontrar verdades, en un proceso que no sólo da miedo sino que resulta además tremendamente confuso. Las fronteras se desdibujan, la elección ya nunca será fácil, y cada paso supondrá un sacrificio mayor.
Por eso, ¡cuántas veces sentiremos la tentación de pedir que nos dejen detener el proceso de crecer! Que nos digan que todo es fácil y que el final será siempre un buen final, que no sufriremos, y que nuestros afectos permanecerán siempre intactos.
Cuántas veces querremos mirar a los ojos de alguien y decirle, aun sabiendo que el alivio será sólo momentáneo, pero necesitándolo rabiosamente, "miénteme".
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